Los más viejos colombianos recuerdan entre otras cosas: la urbanidad de Carreño, las clases de cívica en las escuelas y colegios, las clases de geografía e historia de Colombia y las normas del derecho de policía.
Todas ellas formaban en el ciudadano el querer a su patria, se les enseñaba a respetar a los padres, los mayores, los maestros, las instituciones, la autoridad, a acatar las normas de comportamiento en sociedad, respetar las diferencias y esforzarse por ser mejores cada día.
¿Dónde estamos? ¿Cómo nos encontramos? Serían dos buenas reflexiones para hacernos las personas y organizaciones que vivimos y componemos nuestra querida nación, en este siglo XXI.
El país, la sociedad, la familia y cada colombiano individualmente no pueden dejar de lado, los sucesos que de una u otra manera perturban su cotidianidad.
Meditar, analizar y pronunciarse democráticamente a partir de los hechos que se viven o perciben en la cotidianidad de Colombia, deben ser una constante, pues, no se puede justificar o dejar pasar como desapercibidas las acciones negativas que a diario se registran.
La ambición al dinero, la hipocresía, el hurto en sus diferentes modalidades, los homicidios, y un sin número de eventos, muchos de ellos con resultados trágicos de la muerte de los integrantes de una familia, o de personas en forma individual, parecen estar latentes, frente al reproche de toda una sociedad.
Se observa que el resultado final de un proceso investigativo con una sanción legal de prisión al responsable de hechos tipificados y sancionados por la ley penal colombiana no es una respuesta suficiente para la colectividad nacional, pues esto no permite dar una respuesta a lo que está pasando en la mente y en el corazón de las personas.
Valdría la pena analizar ¿En qué momento se pierde la conciencia para actuar correctamente y llegar a acabar con una vida y se afecta una familia y la sociedad?
Se evidencian las cárceles hacinadas de personas que se encuentran allí por diferentes motivos penales, pero que no tienen un proceso efectivo de resocialización para ser reincorporados como ciudadanos de bien en la sociedad.
El Estado, la ley y el aparato judicial es muy laxo con quien delinque y no protege bien a la víctima, así que las sanciones que recibe quien infringe las normas de comportamiento colectivo terminan no siendo en realidad proporcionales con el dolor y los daños ocasionados hacia los demás.
Se ha despreciado la vida misma, cuando al cometerse un delito primero se agrede la integridad física de la víctima en forma violenta, y luego se le despoja de sus bienes materiales.
No hay que detenerse ante los balances positivos contra la criminalidad; para tener una sociedad satisfecha y exitosa debe darse una lucha constante, pronunciándose firmemente en contra de los diferentes factores que aumentan la criminalidad.
“Lo malo nunca podrá ser bueno y lo bueno y correcto nunca podrá ser considerado como malo”. Hay que buscar las circunstancias que llevaron al individuo a que se olvidaran los valores, principios y buenas costumbres con los cuales se levantó y construyó la colombianidad para defenderlos nuevamente y volverlos a enseñar.
La inobservancia de los valores humanos, conllevan el hecho de asumir responsabilidades y sanciones legales a fin de corregir los comportamientos equivocados o irracionales.
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